Un objetivo importante de todo padre o madre, o al menos de la mayoría, es que sus hijos puedan contar con las habilidades, destrezas y conocimientos para generar, de manera legal, unos ingresos monetarios que permitan tener una vida financiera tranquila, gratificante, sin mayores sobresaltos, que permita sentar las bases para el desarrollo personal y para alcanzar un alto nivel de felicidad.
Por ello, dentro de las capacidades de cada hogar, se busca brindar a los hijos la mejor educación básica y superior posible. En la universidad, en línea con lo mencionado anteriormente, en las distintas carreras se busca que los estudiantes desarrollen una serie de habilidades para luego destacar en sus oficios y terminar con posiciones con sueldos lo más atractivos posibles. En un entorno capitalista, es razonable que los individuos dediquen buena parte de su tiempo, recursos y esfuerzos hacia una profesión que maximice, dentro de las posibilidades de cada uno, sus ingresos actuales y futuros.
No obstante, los ingresos que uno percibe es solo una variable en la ecuación del bienestar financiero, siendo los gastos la otra variable, componente tan importante como el primero. Parece un poco obvio, pero en la práctica muchas personas, de distintos niveles socioeconómicos, no saben cómo gastar, o son víctimas de distintos sesgos emocionales o cognitivos que no les permiten tomar decisiones acertadas respecto a cómo gastar y cómo ahorrar.
Por ejemplo, es común el caso en que, a medida que aumentan los ingresos de una persona, aumenten sus gastos en igual forma, no permitiendo el ahorro incluso en niveles muy altos de ingresos. Claramente, si las necesidades básicas no están cubiertas, a medida que se gane más, se gastará más; no obstante, hay un punto en el que todas las necesidades básicas ya están cubiertas, pero algunas personas seguirán gastando en cosas que ya no son ni urgentes ni importantes, como bienes de lujo, tecnología de última generación, restaurantes caros, etc.
Obviamente, cada quien gastará su plata como quiera y algunos otros gastarán plata que ni siquiera han ganado todavía, pagando tasas de interés altísimas de créditos de consumo. El problema es que el mundo da muchas vueltas; por distintos motivos, los ingresos de las personas pueden variar drásticamente y aquellos que se han endeudado o no han ahorrado o invertido pueden pasar, de la noche a la mañana, a una situación financiera muy difícil, que va a complicar todas las esferas de la vida personal y familiar. La pregunta es ¿vale la pena ese riesgo por gastar en cosas innecesarias?
Este comportamiento humano es explicado por el sesgo denominado “descuento hiperbólico”, el cual hace alusión al hecho de que somos inherentemente incapaces de considerar con exactitud los escenarios hipotéticos que podrían surgir o presentarse en el futuro; por lo tanto, dichos escenarios imaginarios o hipérboles son ignorados o descontados por nuestro cerebro al momento de tomar decisiones y tienen mucho menos peso que nuestras circunstancias presentes. En palabras más simples, el disfrute presente pesa mucho más que las consecuencias futuras que puede generar.
Ante este sesgo humano, las personas son presas fáciles del gasto y consumo presente, por lo cual, en algunos casos, no hay sueldos ni fortunas que puedan aguantar la facilidad para gastar, mandando a la quiebra a individuos y familias con muy altos niveles de ingresos. Ante esto, convendría a los hogares y sociedad en su conjunto, educar a los jóvenes no solo en cómo generar mayores ingresos, sino también en cómo lidiar con este sesgo y cómo ser más eficientes e inteligentes en sus gastos. Algunos consejos son:
- Evitar a toda costa los créditos de consumo y las tarjetas de crédito si estas no van a ser pagadas dentro del mes. Estas tarjetas solo deben ser usadas para reales emergencias.
- Realizar compras inteligentes, no influenciadas por campañas de marketing y publicitarias.
- Darle más peso a la utilidad o funcionalidad que a la marca o al “qué dirán”.
- Utilizar los canales y momentos de compra que presenten los precios más bajos y evitar en la medida de lo posible las compras de bienes o servicios a “full price”.
- Darle más importancia a las cosas que generan mayor felicidad, que por suerte no son las más caras, como pasar tiempo con la familia y amigos, hacer deporte, desarrollar proyectos personales, aprender nuevas cosas, tener experiencias memorables, etc.
- Entender que el ahorro y la inversión generará mucho bienestar en el futuro y que el sistema financiero global beneficia considerablemente al que tiene ahorros y activos, y pone en una desventaja tremenda a aquel que vive endeudado y que gasta lo que tiene y lo que no tiene.