Ya antes de la crisis económica originada por la pandemia del COVID-19, el endeudamiento de gobiernos y empresas, alrededor del mundo, se encontraba en niveles bastante altos. A raíz de la mencionada crisis, la deuda gubernamental y corporativa ha seguido aumentando, impulsada por las bajas tasas de interés y por el exceso de liquidez creado por los gobiernos para hacer frente a la crisis.
Lo cierto es que mientras las tasas de interés se mantengan bajas, un nivel de deuda alto puede no ser un problema, pero si las tasas empiezan a subir, el gasto financiero para países y empresas podría convertirse en un dolor de cabeza. Por ejemplo, si una empresa tiene un costo promedio de su deuda de 2%, y el gasto financiero anual representa más del 25% de su ebitda (lo cual puede ser bastante común en la actual coyuntura), bastaría que la tasa promedio se vaya a 4% para que el porcentaje que representan los intereses sobre el ebitda se duplique, y 4% es aún una tasa relativamente baja.
Para tratar de entender qué puede pasar con las tasas en el futuro, vale la pena mirar el pasado. Como es sabido, la tasa de la FED se encuentra actualmente en niveles cercanos a cero (0.25%); desde el 2010 no ha sido superior a 3%; y desde el 2000 no pasa de un nivel de 6.5% (que todavía es una tasa baja). Lo que no es muy conocido es que dicha tasa llegó a niveles de cerca de 20% en la década de los ochentas. En el caso del Perú, la tasa de referencia del BCRP, en los últimos 17 años, ha tenido un máximo de 6.5% a finales del 2008, y un mínimo de 0.25%, a partir de abril del presente año.
Entonces, lo que nos dice la historia, es que las tasas de interés pueden fluctuar considerablemente, y, si con las tasas actuales (históricamente bajas), el gasto financiero de un país o empresa es parte importante de su superávit o déficit fiscal o de su ebitda, respectivamente, un ligero incremento en las tasas podría generar un enorme problema.
Hay algunos que creen, o quieren creer, que justamente porque el mundo está tan endeudado, las tasas de interés no pueden subir, debido a que habría un tsunami de quiebras corporativas, y varios países entrarían en default. No es motivo menor para mantener las tasas bajas; no obstante, no es un motivo suficiente.
Tratar de explicar qué pasará con las tasas de interés es una tarea compleja, porque depende de muchos factores, interrelacionados entre ellos, y hay distintos enfoques de análisis. En términos generales, las tasas de interés son el precio del dinero. Cuando crece la demanda por liquidez, las tasas tienden a subir. Cuando aumenta la oferta de liquidez, las tasas tienden a bajar. Asimismo, las tasas se usan como variable de política monetaria, para incentivar la economía en épocas de crisis y para frenar la inflación en épocas de bonanza. En el corto plazo, es muy probable que las tasas se mantengan bajas, pero, en el largo plazo, estas dependerán de lo que finalmente suceda con estas variables anteriormente mencionadas: demanda y oferta de dinero, y la inflación (que depende de las dos anteriores).
Algunos especialistas sostienen que la demanda por el dinero (o la velocidad de circulación del dinero) se mantendrá baja por décadas, debido a factores como el envejecimiento de la población en países desarrollados, y por ende bajas expectativas de crecimiento en esos países, el menor crecimiento de China, la caída general en la productividad, el estancamiento de la clase media global, etc. En otras palabras, sin los factores principales que explican el crecimiento económico (crecimiento demográfico y productividad), la velocidad del dinero no debería dispararse, no habría inflación, y las tasas podrían mantener bajas, efectivamente, durante décadas.
Por el lado de la oferta, al parecer la mayoría de países emisores de monedas fuertes piensan que el escenario descrito en el párrafo anterior efectivamente será el caso, y no tienen mayor reparo en mantener una política monetaria ultra expansiva para empujar las economías, financiar déficits fiscales, rescatar a empresas a través de compra de bonos corporativos, etc., y por otro lado se siguen endeudando a tasas bajísimas.
Todo está interconectado y pareciera que todo depende de que la inflación se mantenga controlada. Si la inflación depende del crecimiento económico, y este depende del crecimiento poblacional y la productividad, al menos por el lado demográfico el tema está medianamente controlado, ya que es una tendencia que no pareciera que se va a revertir. Al respecto, si se observa la relación entre la edad promedio de la población de un país y las tasas de interés de este, existe una relación negativa (a mayor edad, menor la tasa).
La productividad es una variable mucho más compleja, que a su vez depende de muchos otros factores. Y sí, definitivamente, con algún desarrollo tecnológico, la productividad podría dar un salto relevante, que compense el envejecimiento poblacional, genere mayor crecimiento global, gatille la inflación, y las tasas comenzarán a subir. Por otro lado, si a los países desarrollados se les pasa la mano con la política monetaria, por más que la demanda de dinero se mantenga baja, la inflación eventualmente aparecerá.
Finalmente, si la inflación repunta porque la economía está creciendo, entonces las utilidades de las empresas y los ingresos de los gobiernos deberían aumentar, por lo que podrían aguantar tasas de interés y un gasto financiero mayor. Clave entonces en este escenario es subirse a esa ola del crecimiento, porque el crecimiento económico no le llega igual a todos, pero las tasas de interés altas sí.